Como suele ocurrir en el anecdotario taurino,
se achaca a distintos toreros -aunque fundamentalmente a “Cúchares”- aquella famosa
contestación al actor romántico Julián Romea quién, censurando la medrosa lidia
del matador, recibió desde el ruedo un «aquí se muere de verdad y no de mentira,
como en el teatro». Ayer, con la pavorosa cogida de Jiménez Fortes en Madrid,
volvieron a planear sobre el albero las palabras de Francisco Arjona. Y es que
aquí, a pesar de todo, se puede morir de verdad.
Y mi ‘a pesar de todo’ tiene su sentido en
que dicen que hoy se torea mejor que nunca y, eso, en principio, es una
garantía para soslayar tragedias. Decía Cárdenas y Angulo en el siglo XVII que
el arte del toreo está sustentado por unos «preceptos que, observados, sino
aseguran el todo, exponen a menos accidentes». Yo, hablando del presente, añadiría
además que se torea más seguro que nunca, que es un matiz de doble cara: es innegable
que las escuelas taurinas espabilan bien pronto a los bisoños; y también es de
Perogrullo que se torea al toro más franco de la historia. Aún así, puede
morirse en el ruedo.
Otra cuestión será cuál es nuestra perspectiva
de esa posibilidad, por remota que sea. Cogidas como las de Israel Lancho,
Julio Aparicio, Juan José Padilla o la de ayer de Fortes, sus crudas visiones, nos
recuerdan que las aparentes tablas sobre las que se juega el papel del toreo,
son como estampas de una verdadera iconografía de la muerte.
Aunque parezca dispar, me voy a ir un momento
al fútbol. El pan y circo contemporáneo. Si uno recuerda los partidos retransmitidos
por televisión de los años ochenta, la visión del campo siempre es de pájaro,
el detalle escaso y la repetición de una jugada anecdótica. Con dos cámaras a
lo sumo se cubría un evento deportivo duro, muy duro, en el que a veces se daba
más patadas al contrario que a la pelota, empujones a diestra y a siniestra y
se repartían insultos a borbollones sin que el espectador prácticamente se
enterara. Hoy la tele está embotada de programas, tertulias, discusiones y botarates
que hacen de una simple falta, una cuestión de Estado. ¿Por qué?. Porque
tenemos el detalle, tenemos el momento, tenemos la mejor imagen. Sin imagen no
hay periodismo. Pero tampoco hay política, ni humor, ni aprendizaje, ni
comunicación… no hay nada.
El toreo no es ajeno a la imagen. En un
momento donde el toreo ya no forma parte del ‘pan y circo’ y el porcentaje de
aficionados es el más bajo de la historia, estamos en cambio en el momento donde
más toros se ven, más se debate sobre ellos y más se entrecruzan polémicas. Los
mass media han revolucionado –como a
otros muchos- la tauromaquia. Y aún queriendo, no podríamos evitarlo. Es para
lo bueno y para lo malo.
Así pues, llegará el día: ¿estamos preparados
para ver la muerte de un torero a slow
motion?. Al final, todas nuestras imágenes forman parte de la épica, pero
también de la poética, del toreo. Y no por ello dejan de ser una
auténtica tragedia.
A. Mechó (@escribirytorear)
A. Mechó (@escribirytorear)
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