Porque no hay nada mejor que escribir (desde el tendido de los sastres) y torear (desde esa gran plaza que es la vida)

15 mayo 2015

MUERTE A SLOW MOTION

Como suele ocurrir en el anecdotario taurino, se achaca a distintos toreros -aunque fundamentalmente a “Cúchares”- aquella famosa contestación al actor romántico Julián Romea quién, censurando la medrosa lidia del matador, recibió desde el ruedo un «aquí se muere de verdad y no de mentira, como en el teatro». Ayer, con la pavorosa cogida de Jiménez Fortes en Madrid, volvieron a planear sobre el albero las palabras de Francisco Arjona. Y es que aquí, a pesar de todo, se puede morir de verdad.

Y mi ‘a pesar de todo’ tiene su sentido en que dicen que hoy se torea mejor que nunca y, eso, en principio, es una garantía para soslayar tragedias. Decía Cárdenas y Angulo en el siglo XVII que el arte del toreo está sustentado por unos «preceptos que, observados, sino aseguran el todo, exponen a menos accidentes». Yo, hablando del presente, añadiría además que se torea más seguro que nunca, que es un matiz de doble cara: es innegable que las escuelas taurinas espabilan bien pronto a los bisoños; y también es de Perogrullo que se torea al toro más franco de la historia. Aún así, puede morirse en el ruedo.

Otra cuestión será cuál es nuestra perspectiva de esa posibilidad, por remota que sea. Cogidas como las de Israel Lancho, Julio Aparicio, Juan José Padilla o la de ayer de Fortes, sus crudas visiones, nos recuerdan que las aparentes tablas sobre las que se juega el papel del toreo, son como estampas de una verdadera iconografía de la muerte.

Aunque parezca dispar, me voy a ir un momento al fútbol. El pan y circo contemporáneo. Si uno recuerda los partidos retransmitidos por televisión de los años ochenta, la visión del campo siempre es de pájaro, el detalle escaso y la repetición de una jugada anecdótica. Con dos cámaras a lo sumo se cubría un evento deportivo duro, muy duro, en el que a veces se daba más patadas al contrario que a la pelota, empujones a diestra y a siniestra y se repartían insultos a borbollones sin que el espectador prácticamente se enterara. Hoy la tele está embotada de programas, tertulias, discusiones y botarates que hacen de una simple falta, una cuestión de Estado. ¿Por qué?. Porque tenemos el detalle, tenemos el momento, tenemos la mejor imagen. Sin imagen no hay periodismo. Pero tampoco hay política, ni humor, ni aprendizaje, ni comunicación… no hay nada.

El toreo no es ajeno a la imagen. En un momento donde el toreo ya no forma parte del ‘pan y circo’ y el porcentaje de aficionados es el más bajo de la historia, estamos en cambio en el momento donde más toros se ven, más se debate sobre ellos y más se entrecruzan polémicas. Los mass media han revolucionado –como a otros muchos- la tauromaquia. Y aún queriendo, no podríamos evitarlo. Es para lo bueno y para lo malo.

Así pues, llegará el día: ¿estamos preparados para ver la muerte de un torero a slow motion?. Al final, todas nuestras imágenes forman parte de la épica, pero también de la poética, del toreo. Y no por ello dejan de ser una auténtica tragedia.

A. Mechó (@escribirytorear)

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