No hay día que en prensa de papel, televisiva, radiofónica o
de Internet, no se cite y recuerde a colación de su aniversario alguna
efeméride o pasaje histórico habitualmente conocido por los lectores u oyentes.
Especialmente es de interés cuando ese recordatorio es captado por los nuevos
espectadores que, por edad, les queda lejos la propia cita, su importancia y
significado. No es menos cierto que en el roto panorama mediático español, tan
polarizado y falto de criterios objetivos, estos recordatorios muchas veces se
destacan con desigualdad y, bajo el amparo ideológico que ciega las
conciencias, a veces incluso pasa inadvertido. O doblemente subrayado.
Por cierto, esa particular visión instrumental de la
historia es la que más daño le hace a la disciplina. Todo ello se enfatiza
cuando fruto más de un debate tombolero que de un conocimiento propio de la hermenéutica,
se vulgariza la opinión y se da por buena toda observación. Las humanidades
parece ser que son ese tipo de disciplinas de las que todo el mundo tiene carta
blanca para tratar. Nadie que no sea competente en la materia le discute a un
médico su diagnóstico, pero bajo el amparo de la libertad de opinión –como si
en Historia la opinión no se fundamentara también en su metodología- cualquiera
puede hacer una valoración histórica.
Dicho esto centrémonos en lo que no hacen los medios y se
torna en fundamental cuando tratan alguna de estas citas y aniversarios.
Los que nos dedicamos a la historia no solo desde la faceta
investigativa, sino desde el punto de vista de su docencia, deberíamos tener
claro que, hacer historia, no sirve para nada si no hacemos que el hecho
histórico empatice con nuestro presente. Tradicionalmente se explica –y es
obvio- que el conocimiento de la historia nos permite comprender mejor nuestra
actualidad; pero ojo, muchas veces esto es observado desde una mera evolución cronológica,
y pocas como crítica a nuestra historia en curso (aunque se tome un caso fuera
de su contextualización espacio-temporal). De ahí mi utilización aquí del
concepto de empatía en lugar de otros términos tal vez excesivamente tomados en
su literalidad, como el “servir de ejemplo”.
Yendo a lo práctico este año por ejemplo se han hecho
innumerables referencias mediáticas al 70 aniversario de la liberación de los
campos de concentración nazi al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Viene
además al caso también porque ésta es una de esas pocas efemérides que pone de
acuerdo a la mayoría de los medios: nadie cuestiona la barbarie hitleriana y
sus repercusiones sobre la conciencia occidental. Unos han destacado Auschwitz como la representación máxima del horror; otros han recordado que fueron muchos los que se abrieron por Europa, no solo en Alemania; y otros han preferido tirar de imagenes, que a veces son más que reveladoras.
Ahora bien, para mí lo más llamativo como historiador y educador ha sido como
nadie ha planteado que el horror de los campos de concentración no solo es algo
que pudiera repetirse, sino que es algo que existe, tal cual, hoy.
Bajo mi punto de vista un historiador, y ni que decir tiene
si ese historiador además tiene en sus manos el papel de educador, debe ser
militante. Y cuidado, no refiero que debe militar desde su conocimiento de la
historia; sino militar en la historia. Militar obviamente no significa defender
una posición histórica, puesto que ésta solo tiene sentido en su momento. Lo
difícil en historia es no convertirlo todo en historia del presente, sino en
una lección crítica que nos da nuestro pasado. Es inútil desde la historia,
como ocurre con frecuencia por ejemplo cuando se trata la Guerra Civil
española, querer ganarla tras haberla perdido, tanto como querer vencer de
nuevo.
He comprobado desde distintas materias y niveles educativos
cómo los jóvenes a quienes se les presenta el por qué, las funciones, métodos y
consecuencias de la sistematización de los campos de concentración nazi como
vía para la opresión de distintos colectivos –sobre todo, como se sabe, de
judíos-, no deja indiferente a nadie y, por lo general, crea una fuerza de
conexión hacia el oprimido que torna las caras del alumnado de la estupefacción
al horror, de la incredulidad a la rebeldía. Pero claro, yo ahora planteo: si
me quedo -nos quedamos- ahí, ¿saben qué lección les estamos dando? Pues aunque
no lo crean la conciencia de nuestros jóvenes es, de modo muy simplificado, la
siguiente: «esos nazis estaban pero que muy mal; menos mal que ya pasó». ¿Ya
pasó? Y no crean que mi pregunta pasa por aludir al neonazismo aún latente en
algunos movimientos y grupos en el mundo, no, eso es cuasi anecdótico cuando
planteas que el horror de los campos de concentración sigue vigente; el verdadero
fondo de la cuestión sigue vigente. ¿Qué cara creen que se le queda a ese alumnado
que cree que esto formar parte del pasado cuando les haces ver que hoy en los laogai se reprime al modo nazi?.
La “reforma a través del trabajo” (“El trabajo os hará
libres” rezaba la entrada de Auschwitz) o “sistema laogai”, son los campos de concentración
abiertos por Mao a mediados del siglo pasado y que siguen en funcionamiento
ahora mismo en la República Popular China. Algunos de los datos
extraoficionales –obviamente- que se poseen revelan que hay aún en torno a 1.000
centros, por los que han pasado desde 1949 en torno a 45.000.000 de personas;
actualmente se calcula que habrán 4.000.000 de encarcelados, todos por la vía
política o administrativa; y sobre el 40% están sentenciados a más de cincos
años de reclusión, cadena perpetua o pena de muerte.
¿Qué es pues hacer pedagogía militante en historia?;
¿explicar que los nazis fueron una parte de nuestro pasado histórico europeo
detestable?, o ¿que tras aquellos hechos el mundo sigue aplicando el horror del
totalitarismo desde vías similares? Creo que es inútil horrorizarse recordando
el hecho, tal y como hacen los medios, si no se hace una historia crítica del
presente avanzado ya el siglo XXI. Y repito: hacer una historia crítica no
significa querer volver a ganar la II Guerra Mundial por parte de unos, o convencer
de las supuestas razones que tenían otros. Sin la pedagogía que apunto, la
historia en la docencia es inútil.
Pero aún hay una razón más: ¿qué predican si no los nuevos
modelos educativos?; ¿cómo se establecen las competencias que debe tener el
alumnado en Historia sino es a través de los ojos de la actualidad?; ¿cómo
generar curiosidad, ánimo por aprender y aprendizaje si no es precisamente
desde esa conexión con nuestra realidad?
Seguiremos con el ejemplo asiático, paralelizado ahora con
la historia de España. No hay profesor que hable del franquismo y no tenga a
bien citar los Noticiarios-Documentales como modelo de propaganda del sistema. Además
es un ejemplo que, aunque al alumno le puede ser muy difícil ponderar en
importancia por la multiplicación de los media en la actualidad, si es efectivo
para que estos rastreen la manipulación de la realidad a través del discurso
oficialista de un régimen autoritario. De igual modo, y yendo a la comparación,
hablar del NO-DO sin más, es tan inútil didácticamente como hacerlo del
nazismo; ¿dónde empatiza con nuestra realidad análoga? Qué mejor que visualizar
los cortes propagandísticos que la R.P. China cuelga en su canal de Youtube,
para determinar que la manipulación política no solo existe en los medios, sino
que sigue existiendo de manera estatalizada. Esa es la verdadera pedagogía de
la historia, el sentido crítico que nos hace observar la lectura implacable del
hoy.
A. Mechó (@ArsMetallica)
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