Porque no hay nada mejor que escribir (desde el tendido de los sastres) y torear (desde esa gran plaza que es la vida)

17 marzo 2017

ENTRE RECORTES CON TOROS Y RECORTADORES CON ANILLAS*

No es muy habitual que en revistas como ésta se teorice sobre festejos taurinos populares, pero siendo “Afición” una de las publicaciones taurinas más importantes de Castellón, la provincia donde más festejos populares se hacen de toda España, no está de menos referir algún tema que, no solo no es menor, sino que a mi parecer debería centrar ahora mismo el debate entre los amantes a dichas modalidades.

Obviamente, como “Afición” va ligada a la Feria de la Magdalena no quiero tratar estos festejos desde su vertiente más conocida, la del toro en la calle, sino su trasposición a las plazas mayores; es decir, su plasmación en concursos de recortes con toros (para los neófitos: aquellos festejos en que, individualmente, el lidiador debe recortar -o cortar- la embestida de un toro cerril a cuerpo limpio por turnos del modo más lucido posible) o de recortadores con anillas (festejos en que, por parejas, se debe recortar una vaca no cerril a cuerpo limpio durante tres minutos para lograr colocar en sus cuernos el mayor número de anillas) como las formas más representativas en las que el hombre -y cada vez más, la mujer- se enfrentan a un astado.

La consagración de los concursos de recortes en plazas como Castellón o Valencia ha llegado a su punto climático tras los últimos quince años. Desde mediados de la primera década de siglo hasta hoy, no solo han crecido en público -y fidelizado a los más jóvenes como no lo ha hecho la lidia ordinaria- sino que ha hecho aumentar exponencialmente el número de recortadores practicantes y la calidad de sus actuaciones. Tanto ha sido así, que es un hecho que en algunas ferias como las de la Plana son estos festejos los que por su aforo cuadran -en más de una ocasión, y en cierta medida- las cuentas generales de los empresarios. Es por esto que empresas externas, o instituciones como ayuntamientos y diputaciones, han visto en estos eventos un filón de promoción. Esta nueva Magdalena 2017 no será una excepción y, de nuevo, los patrocinios privados e institucionales se rastrean en la cartelería de los mismos.

Tras esto, lo llamativo en primer lugar y tocando lo organizativo, es el hecho de que en estos últimos años los concursos de recortadores con anillas por su parte, hayan sido borrados del mapa. Dicen que no son rentables -y así será- pero llama mucho la atención porque se entiende que el espíritu de la subvención de una actividad -sobre todo si es de origen público- no debe ser para sumar más ganancias de las ya de por sí sabidas, sino que debe agregarse en favor de que la actividad menos popular no se pierda, compensándose desde el erario su menor expectación y, por tanto, compensando la menor ganancia empresarial. Advirtiéndose de otro modo: ¿debería subvencionarse una iniciativa empresarial que solo programe festejos de éxito? Es decir: ¿es lícito que se subvencione públicamente una empresa que no reinvierte ese dinero en fomento de los festejos menos populares? De Perogrullo son las respuestas.

En segundo lugar -y entrando ahora en cuestiones intrínsecas al festejo- también llama la atención que, como se constata, un concurso de recortes con toros cerriles tenga más audiencia que uno de recortadores de vacas con anillas. Como es lógico no vamos a entrar en los gustos de quienes pagan una entrada, ni mucho menos censurar lo que quiera consumir o no el gran público, pero es destacable que incluso el aficionado conspicuo se ha dejado llevar por esta inercia. Y lo es porque, a vistas claras, si la tauromaquia como espectáculo se ha fundamentado desde su origen en la casta de sus reses y en el valor y mérito de sus lidiadores, un concurso de anillas está muy por encima en dos de estos aspectos de uno de recorte libre. No voy a detenerme en analizar el por qué es ésta la realidad del público en la Comunidad Valenciana -que no en otras regiones-, pero destaca sobremanera el papel de los mass-media en esta prioridad. Sí me interesa en cambio repasar por qué una es más excelente que otra.

No vamos a discutir el aspecto del valor de los lidiadores porque éste se presupone. Enfrentarse a un bicorne requiere valor, si bien todos sabemos que muchas veces la falta de valor se compensa con recursos. Todo recortador tiene valor, mucho valor. Pero otra cuestión es el mérito. Es indiscutible también que a igual valor en dos toreros, no es igual de meritorio torear –por sus distintivos modos de embestir- un Juan Pedro Domecq que un Cuadri. Aunque fueran ambos toros muy enrazados. Del mismo modo jamás puede ser igual de meritorio enfrentarse a un toro de cuatro o cinco años que solo ha visto campo en toda su vida para realizarle un recorte, que enfrentarse a una vaca de diez años con acreditada experiencia en los concursos. Es más, los comportamientos de las vacas de concurso son bastante conocidos y, quienes les disputan las anillas, fácilmente conocen las bicornes: conocen sus querencias y sus resabios; sus virtudes y sus facilidades; sus famas y sus peligros... pero no por ello son más sencillas de sortear. Algunas parejas saltan al ruedo sabiendo lo imposible de anillar la vaca que les ha tocado en suerte; eso de por sí es ya un mérito.

Partamos pues de la base de que un espectáculo de recortadores presenta por lo general menos dificultades a los actuantes respecto a la materia prima y, por tanto, les resta mérito frente a los recortadores con anillas. Esta observación se acrecienta si analizamos como cada vez de modo más habitual, las suertes que se practican sobre los toros cerriles son suertes que esquivan, más que suertes que torean. Quiero decir: si en un concurso de anillas no hay modo alguno de ocultar que torear a ley las vacas implica atacarlas de poder a poder, en uno de recorte libre la multiplicación de suertes te da la opción de sortear los toros de un modo más comprometido, o de un modo más aliviado. Si extrajéramos estadísticas de las mayoría de los concursos de cortes que se hacen en la Comunidad Valenciana veríamos que claramente destaca la práctica de quiebros, saltos o similares, frente al corte puro; en resumen, se practican más las suertes que esquivan la embestida del toro, que aquellas que se enfrentan y superan con mayor mérito el hachazo del cornúpeta. El recorte puro requiere toreo: conocimiento medido de los terrenos, mesura de las querencias, temple en el cite y perfecta coordinación en el embroque. Un quiebro o un salto evita la cornada, no más. Y esto no lo digo yo, Pepe Illo ya lo dejó por escrito a finales del siglo XVIII.

Concluyendo queda claro que los recortadores con anillas son un espectáculo más íntegramente tauromáquico, por cuanto ejemplifica mejor los valores originarios del arte: casta, valor y mérito. E incluso concluyamos que dentro del de recortes, hay una gran diferencia entre los ejecutados de un modo puro –menos habitual- que de otro que no lo sea –aún mayoritario.

Si tuviéramos que volver de nuevo sobre por qué siendo así, es en cambio el recorte libre el que mayor público congrega, apuntaríamos ahora a colación otra nueva razón –tras los mass-media que habíamos argumentado arriba-: el disfrute pleno de las anillas y del corte puro requieren una experiencia intelectiva, es decir, requieren conocimientos y reflexión para su análisis; mientras que el recorte libre ha quedado en un mero espectáculo esteticista. Y eso abriría otro debate.


*El presente artículo ha sido publicado originalmente sobre papel en la revista "Afición", editada por el Club Taurino de Castellón para la Magdalena 2017.

04 diciembre 2016

ENTRE ENRIQUE Y SOL GINER. UNA CONMEMORACIÓN Y UN HOMENAJE

El viernes tuvo lugar un emotivo acto en la casa consistorial de pueblo de Nules, Castellón. Soledad Giner Gordillo era recibida por el municipio como nueva Hija Adoptiva, una adopción institucional que era desde hacía tiempo una realidad de facto.

Si a alguien se le escapa, Sol Giner es hija de Enrique Giner Canet, el mejor escultor que ha dado esta mediana población de la Plana en toda su historia y uno de los mejores medallistas españoles del siglo XX. Sol, su hija, es la gran custodia del legado que dejó aquí su padre, un legado que se materializó en un espacio museístico hace ya 21 años –el Museo de Medallística Enrique Giner- y que hoy es uno de los baluartes culturales de Castellón.

Tan destacada noticia ha venido a coincidir con un aniversario, y es que en estos dos últimos meses se cumplieron los 10 años de una exposición que marcó también un antes y un después en la proyección del museo nulense –único dedicado en exclusividad al arte de la medalla- hacia el exterior de la provincia.

Entre octubre y noviembre de 2006 se celebró en el Museo de la Casa de la Moneda de Madrid la muestra “2/3 dimensiones. Pintura y escultura”, un desembarco sin precedentes –como dije ya entonces- de los fondos del Museo de Medallística en las salas temporales de una institución tan importante como lo es la madre de la numismática nacional.

Diez años después seguramente aún no se ha calibrado la relevancia que aquello tuvo, pero sin lugar a dudas fue una cita que cambió también las relaciones entre la Casa de la Moneda y Nules, así como dio el mejor respiro a una colección que, por espacio, aún está hoy medio oculta en los fondos del museo nulense.

Quede aquí como homenaje a Sol y a la memoria de su padre las líneas que escribí por entonces tras disfrutar de aquella histórica exposición madrileña:

Sin precedentes ha sido el desembarco del Museo de Medallística Enrique Giner de Nules en el Museo de la Casa de la Moneda de Madrid. Sin precedentes... e ineludible.

"Fortitudo" de Giner

La colaboración entre las dos entidades museísticas, que había tenido un primer viaje de ida hacia Castellón hace unos meses, ha llevado ahora –en correspondencia- hacia tierras madrileñas una amplia y representativa muestra de lo mejor en escultura y medalla que posee el museo nulense de los artistas Enrique Giner Canet, Vicente Perelló Lacruz y Ramón Mateu Montesinos. Sus cuatro salas destinadas a exposiciones temporales han sido ganadas por la maestría de los tres escultores valencianos. A ellos se suman las pinturas de un viejo conocido de la Casa de la Moneda, Pedro Sánchez.
  
Es por encima de todos destacable la exhibición de Giner, cuyas obras establecidas bajo legado en Nules hace ya más de diez años, no suelen salir habitualmente de su centro expositivo, por lo que, así, recobra el evento mayor trascendencia. No está aquí en Madrid todo, pero sí parte de lo más destacable. Sus figuras alegóricas, sus pequeños bultos redondos, sus retratos... y las plaquetas de sus medallas, traen hacia el observador madrileño lo mejor del clasicismo de la escuela valenciana entre principios y mediados del siglo XX, un clasicismo que, en Giner, se torna moderno, reelaborado; visto desde la perfección técnica y compositiva, tanto como desde su capacidad creadora.

Ramón Mateu se sitúa próximo a los conceptos del escultor nulense. El tratamiento puro de las formas y limpio de las superficies, le otorgan –junto con la conexión de los temas- un paralelismo no baldío con Enrique Giner. Fueron alumno y maestro. Destacan en la muestra sus capacidades para con el retrato, uno de sus pilares fundamentales y mayores demandas. Es en cambio "Venus del Lago", una de sus mejores obras, todo un canto a los grandes mediterraneístas del arte escultórico.

Paradójicamente la obra de Mateu en el Museo Enrique Giner ha podido con esta exposición ser vista antes por el público madrileño que por el nulense, pues se trata de obras recientemente legadas y que, por la constreñida coyuntura espacial que determina el museo castellonense, siguen ocultas en bambalinas entre papeles de archivo, carpetas, mesas... una auténtica lástima para los apasionados del arte en Nules.

"Venus del lago"

Perelló Lacruz exhibe también en la Casa de la Moneda lo mejor de sí mismo. Lo mejor, todo hay que decirlo, en pequeño formato. "Campesinos", "Grito", "Diálogo"... son su particular visión del mundo matizada a través de las texturas de su expresión matérica predilecta, el gres. La maleable arcilla adquiere en Perelló pietra solidez; solidez de expresión, solidez de compromisos, solidez en la reflexión... incluso solidez en esa música que parece desprenderse de su "Pequeño pianista" o del "Homenaje a Pau Casals". El Casals de Lacruz tañe en su violonchelo el más sublime de los himnos pacifistas; ese es, de nuevo, el compromiso del valenciano.

Estudio para el "Homenaje a Pau Casals",
de Perelló Lacruz
"Ecce-homo. Dies irae",
de Pedro Sánchez
Finalmente Pedro Sánchez acompaña -y redondea el título de la exposición- a los valencianos con sus toques pictóricos. Toques sentidos, sentidos con la tripa -como expresan Santiago Losada y Amelia Guía-, con mucho que deber al surrealismo y poco que ver con la iconodulía. Además, esa imagen reconocible cuando se presenta, lo hace de forma comprometida. Reconocibles y recordatorias, cual iconos, algunas forman junto con la denuncia de Perelló Lacruz un grito -título también de una de las obras de Sánchez de marcado tributo expresionista-, un grito coral -o más bien un solo-, contra alguna de más abominables acciones del hombre.

2 y 3 dimensiones; dos géneros; cuatro estilos; y una única pasión: el arte y la vida.

A. Mechó (@ArsMetallica)

14 septiembre 2015

LO PEDAGÓGICO DE LA HISTORIA (Y QUE LOS MEDIOS, ENTRE OTROS, NO VEN)

No hay día que en prensa de papel, televisiva, radiofónica o de Internet, no se cite y recuerde a colación de su aniversario alguna efeméride o pasaje histórico habitualmente conocido por los lectores u oyentes. Especialmente es de interés cuando ese recordatorio es captado por los nuevos espectadores que, por edad, les queda lejos la propia cita, su importancia y significado. No es menos cierto que en el roto panorama mediático español, tan polarizado y falto de criterios objetivos, estos recordatorios muchas veces se destacan con desigualdad y, bajo el amparo ideológico que ciega las conciencias, a veces incluso pasa inadvertido. O doblemente subrayado.

Por cierto, esa particular visión instrumental de la historia es la que más daño le hace a la disciplina. Todo ello se enfatiza cuando fruto más de un debate tombolero que de un conocimiento propio de la hermenéutica, se vulgariza la opinión y se da por buena toda observación. Las humanidades parece ser que son ese tipo de disciplinas de las que todo el mundo tiene carta blanca para tratar. Nadie que no sea competente en la materia le discute a un médico su diagnóstico, pero bajo el amparo de la libertad de opinión –como si en Historia la opinión no se fundamentara también en su metodología- cualquiera puede hacer una valoración histórica.

Dicho esto centrémonos en lo que no hacen los medios y se torna en fundamental cuando tratan alguna de estas citas y aniversarios.

Los que nos dedicamos a la historia no solo desde la faceta investigativa, sino desde el punto de vista de su docencia, deberíamos tener claro que, hacer historia, no sirve para nada si no hacemos que el hecho histórico empatice con nuestro presente. Tradicionalmente se explica –y es obvio- que el conocimiento de la historia nos permite comprender mejor nuestra actualidad; pero ojo, muchas veces esto es observado desde una mera evolución cronológica, y pocas como crítica a nuestra historia en curso (aunque se tome un caso fuera de su contextualización espacio-temporal). De ahí mi utilización aquí del concepto de empatía en lugar de otros términos tal vez excesivamente tomados en su literalidad, como el “servir de ejemplo”.

Yendo a lo práctico este año por ejemplo se han hecho innumerables referencias mediáticas al 70 aniversario de la liberación de los campos de concentración nazi al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Viene además al caso también porque ésta es una de esas pocas efemérides que pone de acuerdo a la mayoría de los medios: nadie cuestiona la barbarie hitleriana y sus repercusiones sobre la conciencia occidental. Unos han destacado Auschwitz como la representación máxima del horror; otros han recordado que fueron muchos los que se abrieron por Europa, no solo en Alemania; y otros han preferido tirar de imagenes, que a veces son más que reveladoras. Ahora bien, para mí lo más llamativo como historiador y educador ha sido como nadie ha planteado que el horror de los campos de concentración no solo es algo que pudiera repetirse, sino que es algo que existe, tal cual, hoy.

Bajo mi punto de vista un historiador, y ni que decir tiene si ese historiador además tiene en sus manos el papel de educador, debe ser militante. Y cuidado, no refiero que debe militar desde su conocimiento de la historia; sino militar en la historia. Militar obviamente no significa defender una posición histórica, puesto que ésta solo tiene sentido en su momento. Lo difícil en historia es no convertirlo todo en historia del presente, sino en una lección crítica que nos da nuestro pasado. Es inútil desde la historia, como ocurre con frecuencia por ejemplo cuando se trata la Guerra Civil española, querer ganarla tras haberla perdido, tanto como querer vencer de nuevo.

He comprobado desde distintas materias y niveles educativos cómo los jóvenes a quienes se les presenta el por qué, las funciones, métodos y consecuencias de la sistematización de los campos de concentración nazi como vía para la opresión de distintos colectivos –sobre todo, como se sabe, de judíos-, no deja indiferente a nadie y, por lo general, crea una fuerza de conexión hacia el oprimido que torna las caras del alumnado de la estupefacción al horror, de la incredulidad a la rebeldía. Pero claro, yo ahora planteo: si me quedo -nos quedamos- ahí, ¿saben qué lección les estamos dando? Pues aunque no lo crean la conciencia de nuestros jóvenes es, de modo muy simplificado, la siguiente: «esos nazis estaban pero que muy mal; menos mal que ya pasó». ¿Ya pasó? Y no crean que mi pregunta pasa por aludir al neonazismo aún latente en algunos movimientos y grupos en el mundo, no, eso es cuasi anecdótico cuando planteas que el horror de los campos de concentración sigue vigente; el verdadero fondo de la cuestión sigue vigente. ¿Qué cara creen que se le queda a ese alumnado que cree que esto formar parte del pasado cuando les haces ver que hoy en los laogai se reprime al modo nazi?.

La “reforma a través del trabajo” (“El trabajo os hará libres” rezaba la entrada de Auschwitz) o “sistema laogai”, son los campos de concentración abiertos por Mao a mediados del siglo pasado y que siguen en funcionamiento ahora mismo en la República Popular China. Algunos de los datos extraoficionales –obviamente- que se poseen revelan que hay aún en torno a 1.000 centros, por los que han pasado desde 1949 en torno a 45.000.000 de personas; actualmente se calcula que habrán 4.000.000 de encarcelados, todos por la vía política o administrativa; y sobre el 40% están sentenciados a más de cincos años de reclusión, cadena perpetua o pena de muerte.

¿Qué es pues hacer pedagogía militante en historia?; ¿explicar que los nazis fueron una parte de nuestro pasado histórico europeo detestable?, o ¿que tras aquellos hechos el mundo sigue aplicando el horror del totalitarismo desde vías similares? Creo que es inútil horrorizarse recordando el hecho, tal y como hacen los medios, si no se hace una historia crítica del presente avanzado ya el siglo XXI. Y repito: hacer una historia crítica no significa querer volver a ganar la II Guerra Mundial por parte de unos, o convencer de las supuestas razones que tenían otros. Sin la pedagogía que apunto, la historia en la docencia es inútil.

Pero aún hay una razón más: ¿qué predican si no los nuevos modelos educativos?; ¿cómo se establecen las competencias que debe tener el alumnado en Historia sino es a través de los ojos de la actualidad?; ¿cómo generar curiosidad, ánimo por aprender y aprendizaje si no es precisamente desde esa conexión con nuestra realidad?

Seguiremos con el ejemplo asiático, paralelizado ahora con la historia de España. No hay profesor que hable del franquismo y no tenga a bien citar los Noticiarios-Documentales como modelo de propaganda del sistema. Además es un ejemplo que, aunque al alumno le puede ser muy difícil ponderar en importancia por la multiplicación de los media en la actualidad, si es efectivo para que estos rastreen la manipulación de la realidad a través del discurso oficialista de un régimen autoritario. De igual modo, y yendo a la comparación, hablar del NO-DO sin más, es tan inútil didácticamente como hacerlo del nazismo; ¿dónde empatiza con nuestra realidad análoga? Qué mejor que visualizar los cortes propagandísticos que la R.P. China cuelga en su canal de Youtube, para determinar que la manipulación política no solo existe en los medios, sino que sigue existiendo de manera estatalizada. Esa es la verdadera pedagogía de la historia, el sentido crítico que nos hace observar la lectura implacable del hoy.

Explicado desde la práctica de una clase, y de un examen. Las conmemoraciones y recordatorios de los puntos álgidos de la historia en los media, ¿puede contribuir a que un alumno pueda saber algo relacionado con el nazismo plausiblemente propio de un examen de hechos sobre historia? Sí. Pero, un alumno con un 10 en ese examen, ¿implica que es capaz de reconocer en los modos de actuar de un gobernante actual, o un Estado, unas pautas de actuación tendentes al totalitarismo? Obviamente, no. Este paso implica algo más allá, implica no solo conocer la historia, sino militar en ella y, ahora sí, aprender de aquello plausible tanto como de aquello rechazable que nos dejó el más pretérito de los tiempos.

A. Mechó (@ArsMetallica)

05 septiembre 2015

DIEZ AÑOS DESPUÉS, LA VERDAD DE ALFONSO. NAVALÓN EN LA MEMORIA

A finales de agosto de 2005 la mala noticia hacía acto de presencia en el orbe de los aficionados a los toros: Alfonso Navalón Grande ha muerto. Quién iba a decir que su reaparición tertuliana por San Isidro ese mismo año, iba a ser una de sus últimas faenas en las arenas de la crítica taurina.

El presente artículo -lo advierto ya- ni es una apología, ni tampoco una reprimenda a los juntaletras que respiran ahora al socaire de los vientos del taurineo; este texto pretende únicamente evidenciar cuales fueron las verdades sobre las que se vertebró la literatura de Don Alfonso. Sus, bajo mi punto de vista, cuatro verdades fundamentales. Bien es cierto que, evidenciar la verdad de semejante personaje, no es una tarea fácil, ni narrable en cuatro líneas, pero más difícil debió ser para quienes lo criticaron el refutar las premisas sobre las que, tan felizmente, se explayaba cuando el nervio de la pluma corría por la fuerza de sus manos.

Si alguna batalla caracterizó gran parte de los escritos del salmantino –aunque nació en Huelva- fue sin duda la del afeitado, esa práctica que aún hoy muchos taurinos del negocio siguen negando y que, si Navalón estuviera aquí ahora, epilogaría en segunda parte con el tema de las fundas. El tema del afeitado, en realidad, no fue más que la punta del iceberg, lo más escandaloso y evidente de la degeneración a la que se estaba sometiendo al toro por aquellas décadas de actividad frenética. Él planteó ahí la guerra; esa fue una de sus verdades. Por cierto, no lo hizo tanto en torno a ese primer lustro del siglo XXI, sino treinta o cuarenta años antes, cuando realmente era difícil sustentarla. Muchos tildaron entonces a Don Alfonso de mentiroso; miren si lo era que tuvieron que llegar ganaderos como Paco Escudero para asegurarnos que «El afeitado es algo más que un engaño al público. Es una traición al compañero. Es una competencia desleal para vender mejor que el vecino. Di Alfonso que lo digo yo. Di que eso no es de hombres. Que venda más caro el que tenga los mejores toros, pero no el que más prisa se da en meterlos al mueco…» Así de dudosas eran las fuentes de Navalón, y por ello mismo así lo describía. En otra ocasión, el mismo Paco Galache, con lo duro que éste era, dejó el presunto mentidero abierto: «Eso son tonterías vuestras, yo no creo que se atreva nadie a afeitar, por lo menos tanto como dicen…» Y qué decir de Manuel Arranz, que mostrándole al onubense en la finca una corrida como para Pamplona, le decía: «los matarán en Francia. Como allí lo del serrucho no está castigado, lo más seguro es que me la lleven tres figuras que quieran ir cómodas» O Joaquín Buendía, quien le admitía que afeitaba para Carlos Arruza. Todo pues, como se ve, un claro invento de Don Alfonso.

Otro de sus “inventos” y “mentiras” fue el que atañía a la prensa. Y de ahí le vino su otro madero de crucifixión… y otra de sus verdades. Gran caballo de batalla; integridad para sí, y desenmascaro para el prójimo. Isaías Vázquez, el de los famosos tulios, conversando con el salmantino de a cómo se pagaban las corridas de su época, le explicaba: «A mi han querido pagarme 325.000 pesetas para una plaza de primerísimo categoría, donde dan 80.000 duros por corridas que no tienen cartel. Por eso, antes de ir a Madrid o Barcelona, como creo que debo ir, prefiero matarlas en un pueblo, donde no tengo la responsabilidad ni me expongo a que salgan dos toros malos y la prensa pagada me dé un palo por defender a los toreros…» ¿Invento también de Isaías?.

Afortunadamente esa prensa no-pagada, la íntegra -mentidero según los aduladores-, también existía y valía para algo. Alipio Pérez-Tabernero, ahí es nada, le decía a Don Alfonso en cierta ocasión: «Desde luego, tengo que reconocer algo a favor vuestro. Decís muchas cosas molestas, pero habéis conseguido que el público se encolerice con el becerro. Y en la temporada próxima van a chillar mucho a los toros chicos porque estáis siempre hablando de lo mismo. Y hasta puede que haya también muchos problemas en los reconocimientos, porque los veterinarios también os tienen miedo. Este año va a ser difícil que cuelen los gachos, los cornicortos y los mogones, por lo menos en algunas plazas…»

Incluso en sus propias contradicciones, fue un crítico de verdades sin tapujos: «Por lo visto, estos “honrados” cronistas no se habían dado cuenta de que están afeitando a mansalva hasta que vieron mis toros, cuando soy el único ganadero que ha proclamado a los cuatro vientos que no tengo más remedio que despuntarlos si quería que me los matasen las figuras. (…) Y desde entonces he recibido duras críticas de mis distinguidos colegas que aconsejan prudentemente que lo haga pero no lo diga. Que mienta como ellos, como si fuera un juampedrodomecq cualquiera, hipócrita y fariseo. (…) Valiente atajo de cobardes y lameculos estos cronistas que jamás han tenido cojones para enfrentarse conmigo y ahora cometen la cobardía de tirarse el farol de sentirse decentes ante algo que están hartos de ver todos los días y que además ha sido previamente denunciado por el propio ganadero»

Otra de sus verdades: los toreros. Mucha gente parece ser que solo se enteraba de cómo toreaban en realidad algunos, cuando críticos de relumbrón como Manolo Molés, criticaba a las figuras; figuras como José Tomás. Éste es un ejemplo paradigmático. Escribía Molés en la crónica de una famosa corrida en la que le echaron para atrás un toro al de Galapagar: «¡Qué vergüenza y qué petardo! (…) Qué estupidez más injustificable la de no ser capaz de torear a un toro de dos orejas y acabar escuchando los tres avisos (…) El único toro bueno de la impresentable corrida, con un pitón izquierdo excelente, desaprovechado en un barullo de faena sin temple ni mando, ni siquiera la muleta por donde hay que cogerla» Entonces se enteró la plebe de lo que era José Tomás; pero las verdades de Navalón habían sido ya tan claras, que incluso llegó a titular mucho antes una crónica propia del siguiente modo: «¡Jose Tomás no sabe torear!. Se aclaró que era un toro noble después del aviso».

Pero definitivamente, una de sus mejores verdades, fue la exaltación del toreo bueno y la exhibición constante de la verdadera alma de la tauromaquia. Sirva esto de epitafio. «El cuarto había salido huyendo de los capotes, y le dio abundantes coces al peto las cuatro veces que salió huyendo del picador. Descompuesto en banderillas, cuando Antoñete toma la muleta con el público en contra (…) se va a los medios, se dobla con él con torerísimo empaque y, sin más, se va lejos, dejándose ver, y cita al natural. El manso va pegando oleadas y el viejo torero, serio y sobrio, lo embarca en soberbios naturales, sin ceder ni un palmo de terreno. No lo entendían, era todo demasiado sencillo y demasiado grandioso»

Poco antes del fallecimiento de Joaquín Vidal, cuando la enfermedad ya no le dejaba asomarse a sus páginas de El País, escribía Navalón: «Después de Vidal, ¡el diluvio!»; pero, ¿y después de Navalón?. El Apocalipsis.

A. Mechó (@escribirytorear)