Porque no hay nada mejor que escribir (desde el tendido de los sastres) y torear (desde esa gran plaza que es la vida)

07 julio 2015

POR QUÉ LLAMARLO MINORITARIO, CUANDO QUIEREN DECIR MINORIZADO

El próximo septiembre hará tres años desde que la empresa que rige los destinos taurinos de Las Ventas madrileñas hizo oficial un serial de novilladas que quisieron titular como el de los “Encastes Minoritarios”. Sobre el papel la carteleria se presentaba muy interesante con vazqueños, gracilianos, coquillas, urcolas, vegavillares, santacolomas y algún que otro novillero con cierto interés. Era obvio que, una vez más, el atajo económico –más que Taurodelta- había confeccionado el ciclo, pero más obvio fue que, sin lugar a dudas, en lo que con fuerza habían errado era con el encabezamiento que le habían colocado. La cuestión es que ahí quedó la coletilla y, hoy por hoy, se sigue utilizando el término de “encaste minoritario” de un modo tan natural, que da grima.

Se desprendió entonces que al hablar de lo minoritario se hacía una alusión/homenaje a aquellos hierros históricos cuyas sangres tienen actualmente una menor representación dentro de la cabaña brava frente a otras que acaparan todas las ferias. La cuestión es que tres años después el término –su connotación significativa- ya ha evolucionado, y lo que podía ser incluso una denominación amable y de atención a la diversidad genética, ya se está tornando –sobre todo desde el frentismo profesional- como un término con ciertos matices cuanto menos despectivos; cuando no, directamente, despreciativos. Es por esto que antes de que sea aún más tarde, habrá que ir al origen porque, señores, hete aquí el fundamental matiz. La historia del ganado bovino de lidia podría paralelizarse con la terminología que se utiliza en lingüística al tratar la historia de ciertas lenguas, campo en que se discierne con claridad lo que es minoritario de lo que está –ojo- minorizado. Se dice que un habla es minoritaria cuando su demografía, cuando la comunidad que la utiliza, es pequeña en comparación con otra con la que convive dentro del mismo Estado o territorio, algo que –importante- no le supone impedimento para ser la socialmente más aceptada; mientras que se utiliza el matiz de lengua minorizada cuando, a pesar de haber sido histórica e incluso culturalmente eminente, ésta se encuentra en un estado de marginación y sustitución lingüística por razones o intereses varios, como pueden ser las cuestiones políticas.

A vistas claras los encastes arriba nombrados no es que sean minoritarios, sino que han sido minorizados. Y las cosas hay que decirlas por su nombre. Los toros vazqueños, como paradigma, durante gran parte de la historia del toreo contemporáneo fueron los de mayor prestigio e interés y, cuando cualquier figura quería medirse con sus rivales de escalafón, de inmediato se iban al campo a enlotar toros de Veragua. Y ojo, la sangre vazqueña era minoritaria, puesto que en un contexto de diversidad exponencial, estadísticamente no era la predominante del ganado de bravo; eso sí, tenía en cambio una cuota de poder de facto superior a otras sangres con mayores guarismos de presencia.

Hoy la sangre vazqueña sigue siendo minoritaria como entonces, pero su poder ante el frentismo profesional taurino ha bajado a unas cotas que, de levantar la cabeza, no podría creerlo ni el Duque de Veragua.

Ahora la cuestión inmediata sería indagar por qué. Obviamente la minorización de estas históricas y destacadas castas y encastes de bravo, al igual que con ciertas lenguas, no se ha producido por extraordinarios advenimientos, ni por circunstancias de excepción, ni la mutación de épocas; su marginación, desprestigio e incluso persecución, ha venido de la mano del ‘mundillo’: no ha sido algo natural, sino creado. La posibilidad de un toro pastueño -rayano en la domesticación-, cuando no dócil y tontón, es mucho más beneficioso para la seguridad de los toreros, la ganancia de sus apoderados y el mantenimiento del sistema; y eso lo garantiza otro tipo de sangre que conlleva, de paso, otro tipo de toreo.

La minorización de los vazqueños, gracilianos, coquillas, urcolas, vegavillares, santacolomas… es un hecho.

Por cierto, ¿qué dicen los profesionales lingüistas, filólogos e intelectuales cuando observan la minorización de una lengua?. Primero se espantan, encolerizan y protestan. Luego toman el único camino posible para quién de verdad ama la lengua y la cultura: revitalización, normalización, protección y difusión.

A. Mechó (@escribirytorear)

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