El próximo septiembre hará tres años desde que la empresa
que rige los destinos taurinos de Las Ventas madrileñas hizo oficial un serial
de novilladas que quisieron titular como el de los “Encastes Minoritarios”.
Sobre el papel la carteleria se presentaba muy interesante con vazqueños,
gracilianos, coquillas, urcolas, vegavillares, santacolomas y algún que otro
novillero con cierto interés. Era obvio que, una vez más, el atajo económico
–más que Taurodelta- había confeccionado el ciclo, pero más obvio fue que, sin
lugar a dudas, en lo que con fuerza habían errado era con el encabezamiento que
le habían colocado. La cuestión es que ahí quedó la coletilla y, hoy por hoy, se
sigue utilizando el término de “encaste minoritario” de un modo tan natural,
que da grima.
Se desprendió entonces que al hablar de lo minoritario se hacía
una alusión/homenaje a aquellos hierros históricos cuyas sangres tienen actualmente
una menor representación dentro de la cabaña brava frente a otras que acaparan
todas las ferias. La cuestión es que tres años después el término –su
connotación significativa- ya ha evolucionado, y lo que podía ser incluso una denominación
amable y de atención a la diversidad genética, ya se está tornando –sobre todo
desde el frentismo profesional- como un término con ciertos matices cuanto
menos despectivos; cuando no, directamente, despreciativos. Es por esto que
antes de que sea aún más tarde, habrá que ir al origen porque, señores, hete
aquí el fundamental matiz. La historia del ganado bovino de lidia podría
paralelizarse con la terminología que se utiliza en lingüística al tratar la
historia de ciertas lenguas, campo en que se discierne con claridad lo que es
minoritario de lo que está –ojo- minorizado. Se dice que un habla es
minoritaria cuando su demografía, cuando la comunidad que la utiliza, es
pequeña en comparación con otra con la que convive dentro del mismo Estado o
territorio, algo que –importante- no le supone impedimento para ser la
socialmente más aceptada; mientras que se utiliza el matiz de lengua minorizada
cuando, a pesar de haber sido histórica e incluso culturalmente eminente, ésta
se encuentra en un estado de marginación y sustitución lingüística por razones
o intereses varios, como pueden ser las cuestiones políticas.
A vistas claras los encastes arriba nombrados no es que sean
minoritarios, sino que han sido minorizados. Y las cosas hay que decirlas
por su nombre. Los toros vazqueños, como paradigma, durante gran parte de la
historia del toreo contemporáneo fueron los de mayor prestigio e interés y,
cuando cualquier figura quería medirse con sus rivales de escalafón, de
inmediato se iban al campo a enlotar toros de Veragua. Y ojo, la sangre vazqueña
era minoritaria, puesto que en un contexto de diversidad exponencial, estadísticamente
no era la predominante del ganado de bravo; eso sí, tenía en cambio una cuota
de poder de facto superior a otras sangres con mayores guarismos de presencia.
Hoy la sangre vazqueña sigue siendo minoritaria como
entonces, pero su poder ante el frentismo profesional taurino ha bajado a unas
cotas que, de levantar la cabeza, no podría creerlo ni el Duque de Veragua.
Ahora la cuestión inmediata sería indagar por qué.
Obviamente la minorización de estas históricas y destacadas castas y encastes
de bravo, al igual que con ciertas lenguas, no se ha producido por
extraordinarios advenimientos, ni por circunstancias de excepción, ni la
mutación de épocas; su marginación, desprestigio e incluso persecución, ha
venido de la mano del ‘mundillo’: no ha sido algo natural, sino creado. La
posibilidad de un toro pastueño -rayano en la domesticación-, cuando no dócil y
tontón, es mucho más beneficioso para la seguridad de los toreros, la ganancia
de sus apoderados y el mantenimiento del sistema; y eso lo garantiza otro tipo
de sangre que conlleva, de paso, otro tipo de toreo.
La minorización de los vazqueños, gracilianos, coquillas,
urcolas, vegavillares, santacolomas… es un hecho.
Por cierto, ¿qué dicen los profesionales lingüistas,
filólogos e intelectuales cuando observan la minorización de una lengua?.
Primero se espantan, encolerizan y protestan. Luego toman el único camino
posible para quién de verdad ama la lengua y la cultura: revitalización,
normalización, protección y difusión.
A. Mechó (@escribirytorear)
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