No es muy habitual que en revistas como ésta se teorice
sobre festejos taurinos populares, pero siendo “Afición” una de las
publicaciones taurinas más importantes de Castellón, la provincia donde más
festejos populares se hacen de toda España, no está de menos referir algún tema
que, no solo no es menor, sino que a mi parecer debería centrar ahora mismo el
debate entre los amantes a dichas modalidades.
Obviamente, como “Afición” va ligada a la Feria de la
Magdalena no quiero tratar estos festejos desde su vertiente más conocida, la
del toro en la calle, sino su trasposición a las plazas mayores; es decir, su
plasmación en concursos de recortes con toros (para los neófitos: aquellos
festejos en que, individualmente, el lidiador debe recortar -o cortar- la
embestida de un toro cerril a cuerpo limpio por turnos del modo más lucido
posible) o de recortadores con anillas (festejos en que, por parejas, se debe
recortar una vaca no cerril a cuerpo limpio durante tres minutos para lograr
colocar en sus cuernos el mayor número de anillas) como las formas más
representativas en las que el hombre -y cada vez más, la mujer- se enfrentan a
un astado.
La consagración de los concursos de recortes en plazas como
Castellón o Valencia ha llegado a su punto climático tras los últimos quince
años. Desde mediados de la primera década de siglo hasta hoy, no solo han
crecido en público -y fidelizado a los más jóvenes como no lo ha hecho la lidia
ordinaria- sino que ha hecho aumentar exponencialmente el número de
recortadores practicantes y la calidad de sus actuaciones. Tanto ha sido así,
que es un hecho que en algunas ferias como las de la Plana son estos festejos
los que por su aforo cuadran -en más de una ocasión, y en cierta medida- las
cuentas generales de los empresarios. Es por esto que empresas externas, o
instituciones como ayuntamientos y diputaciones, han visto en estos eventos un
filón de promoción. Esta nueva Magdalena 2017 no será una excepción y, de
nuevo, los patrocinios privados e institucionales se rastrean en la cartelería
de los mismos.
Tras esto, lo llamativo en primer lugar y tocando lo
organizativo, es el hecho de que en estos últimos años los concursos de
recortadores con anillas por su parte, hayan sido borrados del mapa. Dicen que
no son rentables -y así será- pero llama mucho la atención porque se entiende
que el espíritu de la subvención de una actividad -sobre todo si es de origen
público- no debe ser para sumar más ganancias de las ya de por sí sabidas, sino
que debe agregarse en favor de que la actividad menos popular no se pierda,
compensándose desde el erario su menor expectación y, por tanto, compensando la
menor ganancia empresarial. Advirtiéndose de otro modo: ¿debería subvencionarse
una iniciativa empresarial que solo programe festejos de éxito? Es decir: ¿es
lícito que se subvencione públicamente una empresa que no reinvierte ese dinero
en fomento de los festejos menos populares? De Perogrullo son las respuestas.
En segundo lugar -y entrando ahora en cuestiones intrínsecas
al festejo- también llama la atención que, como se constata, un concurso de
recortes con toros cerriles tenga más audiencia que uno de recortadores de
vacas con anillas. Como es lógico no vamos a entrar en los gustos de quienes
pagan una entrada, ni mucho menos censurar lo que quiera consumir o no el gran
público, pero es destacable que incluso el aficionado conspicuo se ha dejado
llevar por esta inercia. Y lo es porque, a vistas claras, si la tauromaquia
como espectáculo se ha fundamentado desde su origen en la casta de sus reses y
en el valor y mérito de sus lidiadores, un concurso de anillas está muy por
encima en dos de estos aspectos de uno de recorte libre. No voy a detenerme en
analizar el por qué es ésta la realidad del público en la Comunidad Valenciana
-que no en otras regiones-, pero destaca sobremanera el papel de los mass-media
en esta prioridad. Sí me interesa en cambio repasar por qué una es más
excelente que otra.
No vamos a discutir el aspecto del valor de los lidiadores
porque éste se presupone. Enfrentarse a un bicorne requiere valor, si bien
todos sabemos que muchas veces la falta de valor se compensa con recursos. Todo
recortador tiene valor, mucho valor. Pero otra cuestión es el mérito. Es
indiscutible también que a igual valor en dos toreros, no es igual de meritorio
torear –por sus distintivos modos de embestir- un Juan Pedro Domecq que un
Cuadri. Aunque fueran ambos toros muy enrazados. Del mismo modo jamás puede ser
igual de meritorio enfrentarse a un toro de cuatro o cinco años que solo ha
visto campo en toda su vida para realizarle un recorte, que enfrentarse a una
vaca de diez años con acreditada experiencia en los concursos. Es más, los
comportamientos de las vacas de concurso son bastante conocidos y, quienes les
disputan las anillas, fácilmente conocen las bicornes: conocen sus querencias y
sus resabios; sus virtudes y sus facilidades; sus famas y sus peligros... pero
no por ello son más sencillas de sortear. Algunas parejas saltan al ruedo
sabiendo lo imposible de anillar la vaca que les ha tocado en suerte; eso de
por sí es ya un mérito.
Partamos pues de la base de que un espectáculo de
recortadores presenta por lo general menos dificultades a los actuantes
respecto a la materia prima y, por tanto, les resta mérito frente a los
recortadores con anillas. Esta observación se acrecienta si analizamos como
cada vez de modo más habitual, las suertes que se practican sobre los toros
cerriles son suertes que esquivan, más que suertes que torean. Quiero decir: si
en un concurso de anillas no hay modo alguno de ocultar que torear a ley las
vacas implica atacarlas de poder a poder, en uno de recorte libre la
multiplicación de suertes te da la opción de sortear los toros de un modo más
comprometido, o de un modo más aliviado. Si extrajéramos estadísticas de las
mayoría de los concursos de cortes que se hacen en la Comunidad Valenciana
veríamos que claramente destaca la práctica de quiebros, saltos o similares,
frente al corte puro; en resumen, se practican más las suertes que esquivan la
embestida del toro, que aquellas que se enfrentan y superan con mayor mérito el
hachazo del cornúpeta. El recorte puro requiere toreo: conocimiento medido de
los terrenos, mesura de las querencias, temple en el cite y perfecta
coordinación en el embroque. Un quiebro o un salto evita la cornada, no más. Y
esto no lo digo yo, Pepe Illo ya lo dejó por escrito a finales del siglo XVIII.
Concluyendo queda claro que los recortadores con anillas son
un espectáculo más íntegramente tauromáquico, por cuanto ejemplifica mejor los
valores originarios del arte: casta, valor y mérito. E incluso concluyamos que
dentro del de recortes, hay una gran diferencia entre los ejecutados de un modo
puro –menos habitual- que de otro que no lo sea –aún mayoritario.
Si tuviéramos que volver de nuevo sobre por qué siendo así,
es en cambio el recorte libre el que mayor público congrega, apuntaríamos ahora a
colación otra nueva razón –tras los mass-media que habíamos argumentado arriba-:
el disfrute pleno de las anillas y del corte puro requieren una experiencia
intelectiva, es decir, requieren conocimientos y reflexión para su análisis; mientras
que el recorte libre ha quedado en un mero espectáculo esteticista. Y eso
abriría otro debate.
*El presente artículo ha sido publicado originalmente sobre papel en la revista "Afición", editada por el Club Taurino de Castellón para la Magdalena 2017.